Cuando el diablo llega, porque lo llamaron

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Por Gnosis Rivera

Los pueblos tienen una sabiduría tremenda y suelen expresarla por medio de dichos, expresiones que pasan de generación a generación, de boca en boca, y que cuentan de una realidad cotidiana.  Uno de ellos vino a mi mente este miércoles nueve de noviembre, a raíz de los eventos ocurridos recientemente: no es lo mismo llamar al diablo que verlo llegar.

Donald Trump, señores, ganó las elecciones de Estados Unidos. Diablo o no, el hombre se alzó con la presidencia de esa nación, como dicen algunos “analistas expertos”, contra todo pronóstico. Sin poseer historia como político, siendo polémico sobre temas muy sensibles para colectivos importantes y metiendo la pata, al parecer, siempre que pudo, lo logró. Sobre el particular pienso que nada que refiera a la política norteamericana está fuera de pronóstico u ocurre así no más. Independientemente de que siempre habrá un margen de incertidumbre, natural en todo grupo, empresa, proyecto; en fin, en todo lo que respecta a la humanidad.

Pero no quiero hacer un análisis sobre las razones del éxito de Trump, o del porqué la Hillary se fue derecho a casa con su vestido azul. Yo solo recordé, así, sin querer, –y les juro–, sin malicia alguna, aquel artículo que publicara Matías Bosch hace un año, 22 de septiembre de 2015, para ser exactos, sobre qué tal sería si al otrora candidato republicano se le ocurriera modificar, como había dicho, la Constitución de los Estados Unidos, a los fines de que a todo nacido de inmigrante no registrado le sea retirada la nacionalidad norteamericana.

He pensado en esto y me llené de preguntas. Muchas de ellas sumamente interesantes, pero no por las respuestas que suponen –que lo son-, sino más bien porque dichas preguntas nos pondrían de frente con la realidad que nuestro Estado creó a miles de dominicanos de ascendencia haitiana. 

Hay un ejercicio de memoria de suma importancia que corresponde hacer, llegado este punto. Cuando el negocio del azúcar prosperó en la isla, ambos Estados, dominicano y haitiano, en contubernio con la oligarquía de ambas naciones, se hicieron con la forma de traer obra de mano barata que trabajara los cañaverales. Muchos haitianos fueron “traídos” como si fueran “cosas” a trabajar a los ingenios y bateyes en suelo dominicano. Muchos de estos haitianos tenían vida hecha en su tierra, tenían esposa, hijos, trabajo. En fin, no estaban, necesariamente, sentados a la espera de un vivir que les diera sentido a su existencia. No, estas personas, fueron retiradas de su país, en su gran mayoría. Y a trabajar en condiciones penosas y abusivas.

En la dinámica del negocio del azúcar, poderes de ambas naciones se lucraron bastante; esto no es nuevo, así que no estoy descubriendo por qué el hielo se derrite cuando le da el sol. De igual forma, muchos haitianos vinieron a buscar mejor suerte de la que ya tenían en su patria, así que con los años terminamos con una importante cantidad de ellos. Además del tráfico “legalizado” como consecuencia de los acuerdos de ambos países. De este movimiento migratorio, no todos agotaron las vías legales para establecerse en esta parte de la isla.

El resultado de tales eventos no pudo ser distinto al que tuvimos. La naturaleza se impone, las personas viven y conviven, y entre lo que surge de tal dinámica está la descendencia. Si a lo anterior agregamos que aquellos llamados a fiscalizar entradas y salidas, condiciones de estatus, y todo lo que compete a la condición de inmigrante, hicieron poco o peor aún, vieron un negocio muy lucrativo y se beneficiaron de ello –ante la mirada cómplice y blanda de las autoridades–, no puede ser sorpresa que al final el tema se le fuera de las manos al Estado dominicano. 

Siguiendo con el resultado, hoy tenemos el fruto directo de ese trabajo y ese convivir –y del descuido institucional correspondiente–: hermanos, personas que no han conocido otro cielo; dominicanos que no han visitado siquiera al Haití de su herencia, y no conocen otra cultura que la dominicana. Personas que son consecuencia natural de un negocio de ganancias e injusticia. En definitiva, gente víctima que de golpe y porrazo se quedaron en estatus de limbo jurídico. 

Pero no repetiré lo que he dicho tantas veces, aunque sí lo haré cuando sea necesario. Solo llamo la atención a lo siguiente: El dominicano que se fue a Estados Unidos a buscar mejor vida, se fue solito, nadie lo sacó de su país, puso en ejercicio su voluntad al momento de optar por irse –no digo que no la estuviera pasando mal, algunos, o comiéndose un cable, otros–. En cambio, muchos nacionales haitianos, fallecidos ya, no corrieron con esa suerte. Muchos de ellos fueron traídos aquí, y punto.  En tal sentido, cuando pienso en el artículo de Matías, en caso de que a Trump se le ocurra la brillante idea de homologar “la gesta nacionalista” expresada en la Sentencia 168-13 que hubo de fallar nuestro Tribunal Constitucional –con la azarosa retroactividad aquella–, solo puedo preguntarme lo siguiente:

¿Cuál sería la postura a asumir por el Estado dominicano, ante semejante medida, siendo que la comunidad dominicana es una de las más numerosas, allá, en los “países verdes”?

¿Cuáles serían los alegatos de los nacionalistas, acérrimos y “ultramegasuperpatriotas”? 

¿Llegarían los repatriados con el orgullo en alto y el pecho henchido por volver a su nación?

Hagamos el ejercicio de ver llegar jovencitos y jovencitas que apenas dominan el español, que no saben lo que es Boca Chica, un apagón, o una voladora llevándose una luz roja. ¿Qué tal?

¿Cómo sería el cambio material y emocional en hombres y mujeres con un trabajo, una carrera universitaria por concluir, pareja; personas con una vida hecha allá en Estados Unidos?

Muchos dominicanos gritaron a viva voz que, “esos malditos haitianos deberían irse a su país”, entonces, ¿los “malditos” dominicanos deberán regresar al suyo? 

Naturalmente, perdonen – ¡o mejor no!, no perdonen nada– mis preguntas. Total, son contrafácticas. Es solo que, sin querer, he recordado la línea de pensamiento de Donald sobre el tema migratorio. Aunque claro, aún él decida hacer tal cosa, modificar la Constitución y todo lo que ello implica, los dominicanos no tendrían igual escenario que los haitianos. Hay que tener un concepto muy precario de la vida humana para conminar a un grupo humano a irse a un lugar donde sus derechos como ente vivo no están garantizados, como hizo el Estado dominicano con los nacionales de ascendencia haitiana. O les tengo que recordar las condiciones en las que se encuentra el hermano país de Haití…

Esto sin mencionar que los Estados Unidos no tiene ninguna deuda moral con el pueblo dominicano, en cambio el Estado dominicano sí con Haití, con su gente. Es una deuda moral grande y que deberá pagar, así sea con una tacha oscura en su porvenir, cuando este presente se convierta en historia.

 

 

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